Blog

MECANISMOS DE EVITACIÓN Y AJUSTES CREATIVOS

Cuando éramos pequeños aceptábamos cualquier cosa que viniera de fuera, a no ser que la percibiéramos directamente como dañina. Nos daban comida y la aceptábamos o escupíamos.

Antes de aprender a masticar, el niño se traga lo que le dan los padres y eso ocurre tanto con la comida como con las impresiones en general. Lo absorbe todo como una esponja. De ahí es de dónde sale lo que la Gestalt llama INTROYECCIÓN.

En este proceso, la persona incorpora a su estructura mental y emocional los elementos del ambiente familiar, social y cultural en el que vivió.

Todos estos elementos que nos tragamos sin masticar pueden ser ideas, formas de conducta, formas de relacionarse, el tipo de humor, la manera de andar o de hablar, entre otras muchas.

La mayoría de los introyectos actúan de forma inconsciente y pueden obstaculizar el desarrollo libre del individuo. Los «malos» introyectos suelen tener una creencia que nos obstaculiza la autorrealización sin que nos demos cuenta. Por ejemplo: los hombres nunca lloran (nos prohíbe expresar sentimientos) o no se puede confiar en la gente que no es de la familia (nos crea una dificultad para establecer relaciones) o la familia García somos superiores al resto (nos cristaliza un autoconcepto que nos excluye del resto).

De esta forma podemos llegar a sentir un conflicto interno donde se mezclan los “deberías” con lo que son las propias necesidades personales; los juicios y prejuicios familiares con lo que yo realmente siento y quiero. Una consecuencia es que disminuye la autoconfianza y los problemas de los padres se trasladan a sus hijos. Entendemos el “bien” y el “mal” tal y como se nos ha enseñado, tal y como nos lo hemos tragado sin digerir.

Cuanto más tiempo estén en el inconsciente, las cosas que tragamos, más difícil nos resulta cambiarlas. Como sabemos, solemos distorsionar la realidad para asimilar el modelo de mundo que ya nos hemos creado.

Poder revisar y cuestionar los introyectos puede ayudarnos a conocernos más y mejor, y a poder escoger con libertad qué es lo que queremos y lo que no haciendo las paces con el sistema familiar y con nosotros mismos.

La proyección en la terapia Gestalt

La PROYECCIÓN dentro de la terapia Gestalt es lo que llamamos un mecanismo de evitación del contacto. Éstos nos ayudan a no contactar con algo que de entrada nos puede parecer doloroso, pero que si siempre vamos evitando, puede llegar a tener unas consecuencias mucho más dolorosas y a causarnos estados de sufrimiento constante.

Así, cuando proyectamos, atribuimos nuestras características a los demás o al entorno. Es decir, todo lo que no puedo reconocer de mí, ya sea por idealización o por rechazo, se lo pongo al otro y/o lo adjudico al ambiente.

El tipo de proyección que realice dependerá de mi autopercepción, de mi estructura psíquica y del introyecto que tenga sobre mí mismo.

De alguna manera, si el introyectador se tragaba todas las creencias sin digerirlas, el proyectador las escupe.

Proyectamos sentimientos, pensamientos y deseos que no acabamos de aceptar como propios porque nos generan angustia o malestar. De esta forma conseguimos una defensa psíquica que hace que estos contenidos «amenazantes» los coloquemos en el exterior.

Una proyección positiva sería atribuir a los demás una idealización de lo que yo quisiera, cualidades dignas de admirar y amar, admiro todas aquellas potencialidades que creo que no tengo. Éste es un proceso habitual y casi necesario en la fase del enamoramiento.

La proyección negativa opera en situaciones que suponen un conflicto emocional o una amenaza de origen interno o externo. Así, atribuimos a personas y/o objetos nuestros propios impulsos, sentimientos o pensamientos que nos resultan inaceptables para nosotros mismos.

De este modo, cuando critico a alguien estoy proyectando esa parte de mí que no quiero ver o reconocer como propia, que es rechazada; y cuando admiro a alguien, admiro todas aquellas potencialidades que creo que no tengo. Puede que proyectemos aquellas partes que tenemos conscientes de nosotros mismos o bien aquella polaridad que no queremos reconocer, que tenemos escondida en la parte oscura.

Si tengo tendencia a ser autoexigente, mi parte crítica rechaza a la que necesita descansar. Consecuentemente cuando vea a una persona que descansa, fácilmente la critique en mis interiores, ya que esa persona tiene lo que yo querría tener y no me reconozco; equilibrio entre hacer y descansar.

Con esto no se trata de que todo deba gustarme y absolutamente todo tenga que ver conmigo. Un síntoma claro de que estamos proyectando, es cuando nos quedamos enganchados en esa crítica y la vamos repitiendo, o se nos va repitiendo con distintas personas.

Otra forma de identificar una proyección es cuando decimos, no debería hacer esto, no debería actuar así, entonces el proyector no reconoce la propia culpa y la atribuye al otro.

Todo es proyección y nada es proyección. Algo mueve el ambiente para que yo vea una cosa y no otra, y de alguna manera, yo no puedo ver fuera nada de lo que no tenga dentro. Si yo no sé qué es el color rojo, cuando lo vea no podré reconocerlo como tal si, previamente, no he tenido una experiencia con el mismo.

La parte positiva de las proyecciones, es que si somos conscientes de ello y les doy la vuelta, me puedo llegar a conocer mucho mejor y a saber identificar todas aquellas partes que mi psique oculta en mi parte no reconocida. Además, cuando yo puedo reconocer mis proyecciones y no se les atribuyo al otro, lo dejo más libre y obtengo una imagen más real del otro y el entorno.

Otro mecanismo psicológico importante: la retroflexión

Dentro de la terapia gestáltica entendemos la retroflexión como un mecanismo de evitación del contacto, esto significa que ésta nos dificulta la satisfacción de las propias necesidades.

Ésta aparece cuando evitamos enfrentarnos al ambiente, expresaría una renuncia o incapacidad para actuar. Se supone que nos hacemos a nosotros mismos lo que realmente quisiéramos hacerle al otro, o bien, hacernos a nosotros mismos lo que quisiéramos que nos hicieran los demás. Suele ir relacionada con la agresividad o violencia. Por ejemplo, si alguien me dice algo desagradable y me enfada, por miedo no le contesto y no le pongo un límite, de esta manera la energía del enfado que debería ir hacia fuera, me la trago y me la quedo dentro; de tal modo que acabo con tensión, dolor de estómago o pensamientos negativos hacia mí mismo.

El retroflector termina dividiendo su propia personalidad. Marca un límite muy claro entre él y el ambiente pero este límite lo traza por medio de sí mismo y hace que se acabe viendo a él y a sí mismo como dos cosas distintas. Qué queremos decir con esto: que deja de dirigir las energías hacia fuera y las dirige hacia sí mismo, sustituyéndose así, a sí mismo por el ambiente. Pasa a ser su peor enemigo, acaba convirtiéndose en la parte activa que realiza la acción y en el receptor. De este modo, cuando el retroflector habla de sí mismo no siente que hable de sí mismo, puede decir frases como: «me lo debo a mí mismo» o «tengo vergüenza de mí», donde parece que hable de dos personas diferentes. Esto se debe a la falta de coordinación entre el pensamiento y la acción.

La palabra retroflexión literalmente significa: ir atrás intensamente en contra, es decir, supone una inhibición de una acción que debería ir adelante (hacia el ambiente/hacia el otro) la acabo dirigiendo hacia mí mismo .

Los síntomas y actitudes del retroflector pueden variar en función de la persona pero suelen infravalorarse y manifestar mucha autocrítica, vergüenza, culpa y diferentes somatizaciones (contraer la mandíbula, tensar algún músculo del cuerpo, morderse las uñas…) . Suelen aparecer cuando la persona se preocupa excesivamente o se siente nerviosa y/o estresada, y también en situaciones en las que la frustración provoca tensión y creen que no se puede utilizar la energía de manera positiva. Cuando la retroflexión se va cronificando, podemos experimentar somatizaciones de manera más regular o más intensas como dolor de estómago, de espalda, cefaleas, úlceras…

La retroflexión puede ser útil en ciertas situaciones para conseguir una seguridad personal, donde expresar la rabia o el enfado puede ser perjudicial para la persona. Aquí una retroflexión sana sería el autocontrol, regulamos nuestra conducta en función de las exigencias del entorno, con un fin saludable. Sería hacerse cosas a sí mismo para desarrollar la propia fuerza interior y el esfuerzo de seguir viéndose a sí mismo, estar atento a los propios impulsos y resistir a los que son autodestructivos.

En este caso si la llevamos al extremo puede aparecer lo que llamamos Narcisismo, me veo a mí cómo me gustaría que vieran a los demás.

Desde la terapia se trabajaría con las falsas identificaciones que se realiza el individuo. Es decir, reconocer aquellas identificaciones que promueven la satisfacción y realización de los objetivos propios y del ambiente. Por otra parte, trabajar aquellas identificaciones que supongan una conducta destructiva hacia sí mismo y hacia el ambiente y que alimentan la frustración. Debemos entender que con este mecanismo lo que potenciamos es la autodestrucción y no sólo nos hacemos daño a nosotros mismos sino también a los que se interesan por nosotros.

Por Helena Bellod, Psicòloga Sanitària i Terapeuta Gestalt. Miembro titular de la AETG. Directora de Gestalt Catalunya.

CONTENIDO RELACIONADO

Ver todos los artículos, entrevistas y vídeos